3 de julio, 2019

Chile entero estuvo expectante para observar el eclipse de sol. Como nunca, se desarrollaron un conjunto de actividades científicas, educativas, turísticas y de difusión -además de comerciales- que no dejaron de llamar la atención.

Analizando educativamente esta experiencia, hay diversos valores que rescatar y tenerlos presentes para limitarse a la temporalidad del hecho. Por una parte, está la curiosidad por el misterio y la belleza del universo, lo que puede incentivar un mayor interés por los estudios científicos y el desarrollo de una cultura astronómica. Por otra parte, este mirar la inmensidad del universo nos debería llevar a pensar quiénes somos y el lugar que tenemos en este gran “todo”.

Siendo muy importante levantar la mirada a los cielos para despertar la imaginación y el apetito por el conocimiento, también debemos volver a mirar nuestro planeta Tierra. Nuestra Pachamama es cada día menos hermosa, saludable y “madre” para todos.

Y allí están nuestros niños y niñas, los futuros continuadores de la vida humana y de todas las especies, quienes, a pesar de sus cortos años, muestran más consciencia en ello, que muchos adultos. Son los que están “girando” siempre alrededor de nosotros y muchas veces no los vemos, a pesar que están demandándonos experiencias necesarias para su mejor desarrollo.

¿Y cuáles son estas experiencias? Mayor tiempo, atención y amor que lo que les estamos dando.  Para desplegar su maravilloso potencial, los niños necesitan el apoyo insustituible de sus familias, pero estamos tan ocupados en asuntos supuestamente importantes, que delegamos en otros este rol.

Pues bien, ni todo el conocimiento, tecnología del mundo o instituciones extrafamiliares pueden reemplazar lo que un párvulo requiere de los suyos directamente. Por algo los países desarrollados han avanzado a periodos posnatales más extensos y/o programas educativos no-formales de fortalecimiento de habilidades parentales en el hogar, junto con el acortamiento o flexibilidad en las jornadas laborales de sus padres o cuidadores.

Volvamos a mirar a nuestros niños y niñas, observemos cómo giran en torno nuestro y buscan el amor, la atención cariñosa, el ambiente enriquecido, el juego permanente y el explorar la naturaleza con todos los sentidos.

Esta interesante experiencia del eclipse nos debe llevar a repensar lo importante de nuestras vidas y no ocultar nuestra tarea pendiente de generar una educación de calidad para la primera infancia. Pongamos a nuestros niños o niñas en el centro y caminemos con ellos a sus ritmos y desde sus sentidos, mostrándoles este maravilloso mundo, sus cielos y nuestros vínculos en común, ya que todos somos “hijos de las estrellas” como señala la astrónoma Teresa Ruiz.

Fuente: La Nación